LA SOPRENDENTE NAPOLES.

22  de julio, martes
La ciudad nos engulle.

Recorrido: Pompeya-Nápoles
Pernocta: Camping  Zeus. Pompeya.

Por la noche ha llovido, y el día amanece gris también. Con mucha tranquilidad, nos hemos desperezado y a las 9,30 estábamos tomando el tren  rumbo a  Nápoles. Ahora comprobamos que la decisión que tomamos ayer fue la correcta.

Los trenes de cercanías, son cutres pero cutres, cutres, y algunas estaciones dan grima, vamos, me dejan por la noche en alguna de ellas y digo “IO NO deccendere....!”.

Estación  tras estación vamos acercándonos a esta peculiar ciudad a donde llegamos a las 10.  Estamos en “Garibaldi”, la estación central de Nápoles. Aquí confluyen distintas líneas de metro,  la estación de tren de cercanías y la de larga distancia. Vamos directos a buscar información o al menos un plano ya que el que tenemos de un libro es demasiado escueto y poco detallado. Pero antes decidimos buscar un baño, que encontramos y  donde casi nos “atracan”: nada más y nada menos que 1 € por su uso , y además, con un vigilante para que nadie se cuele. Creo sinceramente que no he visto un baño más productivo que éste. Y recuerdo que el año pasado en  Oslo el precio era el mismo…solo que el nivel de vida bastante más alto. ¡Caramba con los italianos!.

Seguimos la señal “I” de información hasta encontrar la oficina en la propia estación. Hay cola pero es rápida. Pedimos un plano de la ciudad y que nos hagan un breve recorrido para un día.

Según lo van trazando noto algunas lagunas, ya que no me indican lugares  de los que tengo alguna información superficial y al comentárselo o preguntarles por ellos, entonces me los recomiendan. Lo sorprendente es que son DOS personas, aunque posiblemente su juventud explique estas carencias y dudas  al hacerme el trazado.  Una de ellas me recomienda el teatro y un paseo por la zona del puerto, detrás del castillo y poco más. Nos dicen que tomemos el metro ahora hasta Toledo (M1) y allí paseemos. Para  ir a la Cartuja de San Martino nos recomiendan regresar a la estación de Garibali y tomar otro metro. Como pudimos comprobar después, la información fue incompleta y nada acertada.

La estación “Cirunvesubiana” del tren  (nombre del tren de cercanías), está separada de la del metro y hay que salir a la calle donde llueve.  Una vez allí  nos toca pelearnos con las máquinas de billetes. Coincidimos con una pareja de Pamplona que no consiguen que les acepte las monedas así que buscamos a una “persona humana” y sin problemas compramos nuestros billetes.  Los hay normales y también para un día. Si se van a hacer más de cuatro viajes empieza a ser rentable, pero creemos que no es nuestro caso, así que compramos uno sencillo. Nápoles es una ciudad grande aunque a simple vista pueda parecer pequeña y es necesario utilizar el transporte público.

Nos dirigimos hasta Toledo y salimos a una calle peatonal. La lluvia persiste y resulta muy incómoda para tomar fotografías. Llegamos a una de las puertas que da acceso a la galería  Umberto que encontramos  cortada con una valla  y con flores y velas. Preguntamos qué ha pasado y nos dicen que hace 10 o 15 días cayó un trozo de cornisa y mato a un niño de 10 años.  Accedemos a esta galería -muy parecida a la de Victor Manuel de Milán-, por la puerta situada frente al teatro y la encontramos llena de andamios. Parece que desde el accidente se han dedicado a restaurarla. Ahora.

Es elegante y luminosa ya que la luz se cuela por la gran cúpula y a través los cristales que cubren los pasillos que se cruzan bajo ella. Hay  todo tipo de comercios en ella.
Salimos al teatro y compramos las entradas. Nos hacen esperar hasta que se forma un grupo. La guia es en italiano e inglés.  Nos cuenta que es el teatro mas antiguo de Europa en funcionamiento continuo, excepto durante  los diez meses que duró su reconstrucción después de un incendio. Que fue construido por Carlos III, nuestro Carlos, el rey madrileño de origen napolitano, y su nombre, teatro “San Carlos”,  se  debe a que fue inaugurado el día de San Carlos Borromeo, el santo del Rey.  Sufrió un incendio y fue reconstruido por su hij, en diez meses solo. Se usaba como teatro y como sala de baile. También nos dice que los colores iniciales eran azules y plateados, los colores de la casa de Borbón, pero con la unificación de Italia, la familia Savoya los cambio por los suyos, rojo y dorado y también pusieron su escudo encima del de los Bórbones sobre el escenario . Un terremoto en el siglo XIX hizo que cayera descubriendo el antiguo.

El teatro es realmente elegante. El color rojo contrasta vivamente con los dorados y blancos y su elegancia y aparente grandeza empequeñece al visitante

Continua contando algunas  anécdotas, como que el tamaño del escenario que dice que es igual al de la sala y que la zona de los músicos se colocó posteriormente, junto al escenario. Esto fue una innovación de Verdi -que dirigió el teatro un tiempo-  y que  acercaba los músicos al público.

Llama nuestra atención sobre  los espejos que tienen todos los palcos y expone las tres teorías principales sobre su cometido. Una  se refiere a que antes el acceso a la sala de baile era gratuito pero los nobles compraban sus palcos y hacían en ellos lo que querían. Cuando asistía el rey podía ver lo que hacían los nobles a través de los espejos. La segunda era que el rey podía ver quien aplaudía  y quien no cuando él lo hacía,  y la última,  que al estar estos espejos colocados frente a las luces, amplificaban la luminosidad. Posiblemente fue una vela la que originó el incendio que lo destruyó. Después se centra en el reloj que hay sobre el escenario contándonos su significado.

Nos lleva al palco real y haciendo dos grupos, permite que entremos en él  y contemplemos la vista que se tiene de toda la sala. Magnífica. No cabe otra expresión, o al menos, a mi no se me  ocurre.

Y de aquí nos trasladamos a  otra gran sala que nos dice que actualmente es una cafetería elegante. Pero  nosotros, empezamos ya a estar un poco cansados. Creemos que la visita es interesante, pero le sobra tiempo. Demasiada “literatura”  que termina por hacerla algo cargante.  Nosotros tenemos que ir a ver más cosas y nos falta un tiempo que estamos empleando en escuchar reflexiones o anécdotas que para nosotros no tienen mayor interés.  Para rematar nuestra incipiente incomodidad nos detenemos frente a una estatua de Verdi y empieza a contarnos porque aquí parece enfadado. Y ésto es ya más de lo que podemos soportar así que yo me escurro discretamente y doy con la salida. Literalmente…nos escapamos.

Una vez liberados, nos dirigimos al palacio real,  que solo vemos desde fuera,  y de aquí nos acercamos al paseo marítimo del puerto desde el que se contemplan unas bonitas vistas de toda la bahía napolitana  y del puerto. 

Una curiosa señal de dirección prohibida capta nuestra atención y es que le han añadido un señor cogido por un cepo. Preguntamos si la señal es original o ha sido modificada por algún gracioso, pero no nos comprenden. La señal es original, la han puesto ya así, y por eso no entendían nuestra pregunta.  

Damos la vuelta  para dirigirnos ahora hacia la plaza del plebiscito, amplia y guardada por militares armados a un lado y mucha policía al otro. Frente a éstos observamos una escena donde la gente se enfrenta a gritos mientras que la policía se limita a mirar desde lejos. Veo lo que parecen algunas banderas palestinas y sólo cuando regresamos a España y oímos las noticias comprendemos sólo en parte el motivo de estos enfrentamientos.

Por la hora decidimos introducirnos en el barrio español buscando un lugar para comer que no fuera para turistas. Nos encontramos con lo que parece, y confirmamos, que es un funicular y al preguntar, nos dicen que nos lleva a la parte alta de la ciudad donde se encuentra la Cartuja de San Mateo. ¡Qué suerte!. No tenemos que regresar a la estación central como nos habían informado inicialmente.




Nos dirigimos al barrio español subiendo por una calle lateral que sale a la izquierda de la estación del funicular y vemos anunciado un restaurante cuyos precios nos parecen buenos, así que decidimos entrar.  Es muy pequeño pero acogedor. El número de mesas no llega a diez,  todas juntitas con el espacio justo para pasar, pero el sitio nos parece delicioso. Parece un negocio familiar y nos dejamos aconsejar. Esta vez hemos decidido dejar de lado las pizzas y  dedicarnos a otros platos italianos como pulpo, calamares y un antipasto que tiene varias cosas que dicen que es típicamente napolitano.

Muy bueno todo, y con una cerveza de más de medio litro para Angel y agua para mí no pasa de los 32 euros. Observamos con curiosidad como traen a un par de mesas una cazuela de barro tapada con masa de pizza al horno que cortan,  repartiendo lo que hay en su interior que es pasta con mejillones y  otros productos del mar. A mi no me apetece pasta y lo que comemos me resulta muy bueno.

Salimos del restaurante y  tomamos el funicular  central bajándonos en su última estación.  Allí, en vez de seguir en línea recta, hacemos caso a las señales que nos llevan dando un rodeo,  desorientándonos y obligándonos a preguntar. Escaleras mecánicas en las calles  que salvan los desniveles de la pendiente que sigue ascendiendo captan nuestra atención.

Pasa media hora de las dos y no hay apenas gente en las calles. Esta zona parece una ciudad distinta a la Nápoles populosa y agitada que hemos visto abajo. Paseamos tranquilos. Damos con un castillo y un poco más abajo encontramos la Cartuja. Las vistas de Nápoles desde aquí son absolutamente espectaculares. Se contempla toda la bahía napolitana, la isla de Capri y el Etna imponente al fondo, arropándola. Además, y hay que decirlo, desde que hemos salido del teatro la lluvia ha cesado y ahora disfrutamos incluso de sol cuyos rayos atraviesan un aire limpio y claro.

La cartuja de San Martino....espléndida.   Situada en la colina de Vomero, domina todo el golfo de Nápoles y es uno de los ejemplos más importantes del arte y arquitectura barrocos. Fundada en el XIV, este complejo religioso comprendía diversos ambientes dedicados al culto y a la meditación.    Sufrió varias restauraciones durante el siglo XVI enriqueciéndose con mármoles, frescos, pinturas y esculturas.  Actualmente es un museo ya que  el rey persiguió a los monjes acusados de ser republicanos por lo que se suprimió en la segunda mitad del siglo XIX.

Comenzamos por la iglesia,  corazón de la Cartuja, que conserva todavía huellas góticas pese a las transformaciones sufridas.  Los frescos y las pinturas de las capillas, de las naves y del presbiterio hacen de esta iglesia una auténtica galería de pintura barroca. Es alegre, luminosa, colorida....Los colores rojos, negros, blancos y dorados están magistralmente combinados y crean una imagen de grandeza que sobrecoge y serena. Aunque no permiten hacer fotografias, discretamente tomo las que puedo, como casi todos.

Pasamos al claustro grande (tiene otro llamado de los procuradores y que está a la entrada)  y junto a éste encontramos una exposición de belenes. Hay uno central muy grande  y luego otros más pequeños dispersos en vitrinas. Algunas figuras tienen unos detalles que las dotan de un realismo espectacular.


Luego visitamos otra sala con dos carruajes,  y anexa a ésta, otra denominada sección naval con  dos embarcaciones expuestas  de tamaño natural y varias maquetas.

Salimos  a las terrazas, y esto fue de lo mejor, ya que literalmente  estaban colgadas sobre  unos hermosos jardines y con unas magníficas vistas sobre  la ciudad que quitaban el hipo. No nos cansábamos de contemplarlas, a derecha,  luego al fondo con el mar y Capri, el Vesubio, la bahía completa y toda la ciudad extendiéndose a nuestros pies….

Dejamos la Cartuja y buscamos por otro camino el funicular. Veo puestos de helados y me resisto. A este paso voy a regresar rodando; pero llegamos a uno que anuncia novedades y …vuelvo a caer en la tentación. Es imposible resistirse a la exposición de helados de mil sabores que tienen y los distintos tipos de cucuruchos que cuelgan del techo....así que yo peco de nuevo y esta vez me acompaña Angel. Y es que la culpa de un pecado compartido pesa menos. ¡Qué buenos!. Pensamos que ya pocos podremos disfrutar en los día que nos quedan.

Descendemos en el funicular para adentrarnos ahora en pleno barrio español. Las calles tienen un trazado rectilíneo pero son muy estrechas. Cabe un coche y medio, justito, por lo que es el reino de las motos que van y vienen a su antojo circulando a toda velocidad evitando todo tipo de obstáculos y peatones incómodos, como nosotros. Cuando a mis espaldas siento alguna o me pita, sencillamente me quedo quieta, sin moverme, para  que sea ella la que me evite no sea que coincidamos los dos en el mismo sentido, moviéndonos a la vez  y tenga yo todas las de perder.

Realmente lo de las motos es una locura, no sabes por donde van a venir, van muy rápido y cargadas de gente. Lo mejor es andar pegaditos a la pared. Yo me muero de risa cuando Angel es sorprendido por alguna de ellas por haberse atrevido a  pisar un metro más allá de la pared y se lleva  unos sustos de muerte. Y no soy  la única que rie. Algún comerciante ocioso observa a las puertas de su establecimiento.


 Las calles son callejuelas y los balcones están pegados unos a otros. En algunas, se ve la ropa tendida que cruza la calle de lado a lado. Y además, observamos una escena que parece salida de una película de los años 60  de mi infancia: cestas que descienden desde los balcones con una cuerda y que una vez abajo es llenada por el comerciante de turno con los productos que la vecina ha pedido.

Es la ciudad que yo quería ver, la imagen que yo creo que tenemos todos de esta gran urbe. Y lo curioso es que estas calles están a escasos metros de la principal peatonal, turística que va por abajo. Pero ésta, tan cercana,  parece que forma parte de otro mundo distinto. Y me gusta. Siento el pulso de la ciudad, es más, incluso su aliento. Y estoy tranquila. No tengo sensación de inseguridad en ningún momento.

Continuamos hasta la Iglesia de Santa Clara. Guarda en su interior los monumentos funerarios de la familia real angevina y una capilla dedicada a los Borbones descendientes de Carlos III, el "rey-alcalde madrileño". Se celebra una boda. Yo me cuelo como puedo hasta el mismo altar donde los novios se hacen fotografías y hago las mías.  
En el exterior Angel llama mi atención sobre  los recipientes que contienen el arroz.  Son unos cucuruchos hechos con hojas de aspidistra colocados a su vez en una especie de  soporte similar a “arbol-perchero” diseñado para esto. Mientras que fotografío esta curiosidad  y dado que estamos mezclados entre los invitados de la boda,  alguien nos pregunta si somos españoles. No es nuestro sitio, así que nos alejamos y nos encaminamos al claustro de las Clarisas

A su entrada encontramos una familia extranjera que trata de entender lo que la señora de la taquilla les dice sobre los billetes y el precio. Ellos no entienden, y ella grita enfadada. Intervengo y me dice que les diga en inglés que la den el dinero que ella les ha devuelto. Así lo hago y añado que es mejor que empiecen de nuevo para deshacer los posibles malentendidos. Parece que se arregla, ellos la dejan hacer y se van sin dar las gracias dejando a la italiana furiosa como una hidra. Yo la comento que el problema es que ellos piensan que todo el mundo debe entenderles en inglés y de ahí su desconcierto cuando  no es así. Al parecer, él decía que era  “teacher” y que su hija era menor de 25 años y la taquillera no le entendía cuando ellos daban por supuesto que así era. A mi también me molesta que piensen que hemos de entenderles por obligación y maliciosamente me alegro de que sientan lo que  sentimos los demás cuando viajamos por otros países donde nuestro idioma no se habla. Vamos, en casi todos.

Nos olvidamos de este pequeño incidente y accedemos al Claustro. Y nos encontramos absolutamente sorprendidos. No, quizás el calificativo más acertado sea “desbordados”. Sesenta y cuatro bellísimas columnas octogonales y asientos revestidos de cerámica   de loza de alegres colores se distribuyen por el interior de este magnífico claustro mezclándose con la vegetación del jardín. El tema común parece ser la naturaleza y escenas de la vida cotidiana napolitana.  El conjunto es armonioso y único. Jamás habíamos visto un claustro así. Pese a que todo el arte de alguna manera u otra transmite belleza, encontrar siempre algo único, añade un valor más que hace que lo admiremos o disfrutemos más intensamente. Y me encanta ser sorprendida por la belleza. Cada vez más.
Lo demás…como una zona arqueológica y un pequeño museo, queda eclipsado por la  sorprendente hermosura de este claustro.

A la salida nos dirigimos a la iglesia del Gesu novo, justo frente a la iglesia de Santa Clara. Espectacular el interior: De nuevo, mármoles de colores, predominando el rojo, negro y blanco se combinan magistralmente con el dorado, conformando un interior bello, elegante y armonioso.. Tampoco permiten hacer fotos, pero …hago las que puedo discretamente.

Nos internamos un poco por sus calles y callejuelas  hasta la plaza de Bellini donde se comienza a respirar un aire algo distinto, con numerosas librerías. La lluvia empieza a caer así que ya siendo las 18 horas, nos dirigimos a la plaza Dante a tomar el metro y regresar a la estación Garibaldi.
Mientras que por las escaleras mecánicas nos dirigimos de la estación de metro a la del tren de cercanías (circunvesubiana)  vemos a través  del techo de cristal superior que cae una auténtica cortina de agua, que, una vez en la puerta, atravesamos como podemos. El tren sale en diez minutos, pero cuando llegamos vemos uno en la vía y lo tomamos. Cierra inmediatamente las puertas tras nosotros y preguntamos si va a Sorrento. Respuesta negativa. Estamos atrapados. El joven a quien hemos preguntado intenta comunicarse con nosotros en italiano y como ve que no le entendemos por  nuestra cara de perplejidad, comienza a hablarnos en inglés.  Así que nos dice que no es necesario que regresemos, que nos bajemos dos estaciones después y que sencillamente cambiemos de tren, que desconoce la línea. Y así lo hacemos, bajo una cortina de agua acompañada de unos truenos que parece que se va a caer el cielo. Tan solo cinco minutos después viene nuestro tren.

Ya en el vagón, una  pareja catalana me oye comentar algo sobre la señora que tengo frente a mi  y que ha invadido  completamente mi espacio y digo que la voy a dar un pisotón. Se ríen maliciosamente e iniciamos una corta conversación hasta que llegamos a nuestro destino.

La lluvia no ha cesado, hasta ahora, casi las 21,30. Parece que mañana no llueve y que las temperaturas  serán buenas, así que, iremos a Herculano y nos despediremos de este lugar, encantador, aunque caótico para quienes son organizados, disciplinados, rígidos, cuadriculados...pero de vez en cuando está bien infringir las normas impuestas, cuando no se daña nada ni a nadie….es más….para mi  hasta puede resultar sano  aunque confieso que esta gente es completamente anárquica y a  todas horas. Aunque me gustan y me resultan simpáticos, que tuvieran algún límite sería conveniente, sobre todo conduciendo. Resultan “pericolosos”.
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